Es el deporte que se juega más con el corazón que con la cabeza; se desborda el alma en la fibra del músculo que se ha entrenado no en gimnasios, sino en la dura jornada diaria de cargar, empujar, jalar, romper la piedra o abrir el surco.
Dos piedras, dos pedazos de ladrillo, dos arbustos o un par de postes son suficientes para demarcar la portería. Los equipos se conforman ahí, en el momento. No importa cuántos sean los jugadores, ya que si quieren jugar ocho, se hacen dos equipos de cuatro; igualmente se dividen si son diez, quince o veinte. Cuando sobra alguno, puede esperar en la banca o ser el árbitro, más que todo para que se entretenga, porque no hay tarjetas ni expulsados. ¡Casi no hay reglas!
Balón ponchado por las mis batallas.
Los límites de la cancha, aunque se establecen de antemano, son más bien imaginarios y se necesitaría un juicio salomónico muchas veces para decretar cuándo sale el balón, cuándo es fuera de lugar o desde dónde se lanza un tiro de esquina. A este tipo de partidos improvisados, en México se le conoce como "cascarita", la cual se juega a la salida de la escuela, de la fábrica, o en una tarde ociosa.